lunes, 19 de mayo de 2014

Noticia de interés

Escritores que se llaman distinto

Los nombres de los autores son, algunas veces, un juego literario, que hace parte de lo que quieren ser.
Por MÓNICA QUINTERO RESTREPO | Publicado el 19 de mayo de 2014
El nombre de Gabriel García Márquez debió ser Olegario, que era el santo del 6 de marzo, porque en ese entonces, 1927, se usaba ir a mirar el santoral para nombrar a los bebés. Nadie tuvo a la mano el santoral ese día, en que el primogénito de Luisa Santiaga casi se estrangula con el cordón umbilical. Le pusieron, de urgencia, el primer nombre de su papá, Gabriel, y el de José, el carpintero, por ser el patrono de Aracataca.

También se salvó el Nobel de tener un nombre que no hubiera cabido en las tapas de los libros. "Misia Juana de Freytes —contó él mismo en Vivir para contarla— propuso un tercer nombre en memoria de la reconciliación general que se lograba entre familias y amigos con mi venida al mundo, pero en el acto de bautismo formal que me hicieron tres años después olvidaron ponerlo: Gabriel José de la Concordia ". Los libros, no obstante, olvidaron el José.

No a todos los escritores les ponen un nombre de escritor, es decir, que tenga un algo de sonoridad, un algo de poesía o un algo que le interese al editor. Entonces el nombre empieza a acomodarse a las necesidades.

Son varias cosas, como querer un nombre bonito, que uno de los personajes se vuelve creador, que alguien fue primero escritor y ya usó el nombre, que el mercado necesita un nombre más corto, más vendedor y, sobre todo, "hace parte de lo que uno quiere ser en la literatura. Un poco todos tenemos nuestro toque vanidoso", explica Paula Dejanón, coordinadora de Estudios Literarios de la UPB.

Algunos se quitan el nombre que no les gusta, otros se ponen un seudónimo, aunque ahora no se use tanto, salvo para los concursos. Darío Jaramillo Agudelo, el poeta y editor, al que su editor en sus últimos libros le llama Darío Jaramillo, sin el Agudelo, dice que "hay, también, nombres que parecen seudónimos, como el del poeta mexicano Amado Nervo, que se llamabaAmado Nervo".

A Darío no ponerse el Agudelo le da lo mismo, y aún más dejar el de Jesús, que nadie lo ha llamado así, salvo sus amigos cuando se quieren burlar, pero cree que los nombres cortos ayudan a la memoria. Tal vez por eso Julio Cortázar se quitó su segundo nombre, Florencio, y su último apellido, Descotte. 

Lo mismo le pasó al colombiano Evelio José Rosero Diago, que terminó siendo solo Evelio Rosero."Eso fue un juego conmigo mismo", dijo en una entrevista en El Colombiano, en 2012. A veces firmaba Evelio José Rosero, Evelio Rosero, Evelio J. Rosero, a veces completo. Hacía todas las combinaciones posibles. "De veras era un capricho, el momento anímico en el que me encontrara". Los editores, en cambio, le sugerían un nombre uniforme, para que el lector lo encontrara.

Hay más ejemplos. Pocos saben que Héctor Abad Faciolince es Héctor Joaquín, y de cuando en vez, algún descuidado lo llama por su último apellido, que es más sonoro. El argentino Ricardo Piglia es Ricardo Emilio Piglia Renzi, pero él eligió Ricardo y Piglia para él, y Emilio y Renzi para su álter ego, que está en todos sus libros.

Virginia Woolf no fue siempre Virgina Woolf. Su nombre era Adeline Virginia Stephen. Woolf era su apellido de casada.

Macedonio Fernández, el escritor argentino —comenta Darío Jaramillo —, quiso ser presidente y dejaba papelitos en los cafés donde invitaba a votar por Macedonio. Llamarse Macedonio le ahorraba el apellido.

Santiago Roncagliolo, por el contrario, se ahorra el nombre. En su familia circulaba la leyenda de que su tatarabuelo era contrabandista y "se puso este apellido impronunciable para que nadie pudiera escribirlo bien en los documentos, y lo ha logrado. Han pasado más de cien años y aún nadie puede escribirlo bien". Solo que después de que se recuerda, no se olvida.

Nombres inventados
La otra historia está en los seudónimos. 

Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto desde joven fue Pablo Neruda, para no incomodar a su papá, que no quería que fuera poeta. 

"No falta el escritor que además de la autoría de los versos debe responder a la policía: entonces se cambia el nombre; eso le pasó a Miguel Ángel Osorio, que salió por Barranquilla llamándose Ricardo Arena les y después se llamó Main Ximénez y terminó siendo Porfirio Barba Jacob", cuenta el poeta y editor.

León de Greiff firmaba con su nombre de pila, pero en los libros se desdoblaba en otros yo, que fueron más de 70, "todos con su propia fisonomía —inventada— y su propia biografía, también inventada". Algunos fueron Sergio Stepansky, Leo Le Gris, Gaspar de la Noche, Matías Aldecoa.

Tal vez no les importaba. Tal vez, como expresa Paula, fuese un juego de exploración poética, de observar su identidad literaria, pero, sería lo mismo leer a María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga y no a Gabriela Mistral y Samuel Langhorne Clemens y no a Mark Twain

EN DEFINITIVA

Los nombres de los escritores no siempre son los que les pusieron al nacer. Muchos se lo cambian, otros lo acomodan. Puede ser gusto, sonoridad o consejo.